ADVERTENCIA


SE RECOMIENDA LEER LAS HISTORIAS POR EL ORDEN INDICADO (NÚMERO-TÍTULO).

martes, 23 de agosto de 2011

JUEGO: ¿Dónde esta la ardilla?

3. LO QUE MÁS Y LO QUE MENOS


—[Ángel:] ¿Hace mucho que vienes a dar de comer a las ardillas, Jazmín?





Le pregunté, tratando de entender así su extraordinaria habilidad para congeniar con ellas.





—[Jazmín:] Desde que era pequeña, pequeña, pequeña, pero ya había aprendido a andar.



—[Ángel:] ¿Y no te daba miedo?



—[Jazmín:] ¿Por qué?



—[Ángel:] No sé, a los niños muy pequeños les asustan los animales.



—[Jazmín:] Pues a mí no.



—[Ángel:] Eso es porque tú eres muy valiente, ¿verdad?



—[Jazmín:] Sí, sí.



—[Ángel:] ¡Qué bien!



—[Jazmín:] Mi padre y mi madre dicen que vaya gasto que tenemos con las ‘dichosas’ ardillas.



—[Ángel:] Y eso ¿por qué?



—[Jazmín:] ¿Qué te crees tú? Como vengo todos los días, hace falta comprar una bolsa de nueces cada semana… por lo menos.



—[Ángel:] Pues sí que es un gasto enorme.



—[Jazmín:] Entonces qué, ¿no les doy de comer?



—[Ángel:] Sí, está muy bien que les des de comer. Pero es un gasto enorme.



—[Jazmín:] Ah, pero ellas lo merecen. Se ‘sieeeenteeee’…



—[Ángel:] ¿Y si tus padres dicen un día que ya está bien, que se acabó y que ya no hay más nueces que valgan?



—[Jazmín:] Pues entonces se las pido a mis abuelos. O si no se las compro yo. ¿Te crees que no tengo ahorros?



—[Ángel:] ‘Claaaaaro’…



—[Jazmín:] A ti, ¿qué es lo que más te gusta del parque?





Me preguntó mi pequeña amiga, cambiando rápidamente de conversación.





—[Ángel:] Pues… Creo que los cisnes.



—[Jazmín:] Jo, qué pesado eres con los cisnes.



—[Ángel:] Vaya, tú me has preguntado.



—[Jazmín:] Y ¿lo que menos?



—[Ángel:] No lo sé. Creo que me gusta todo.



—[Jazmín:] Pues a mí no.



—[Ángel:] Y ¿qué es eso que no te gusta del parque… si puedo saberlo?



—[Jazmín:] Primero me tienes que preguntar que es lo que más me gusta, como yo a ti.





Una jovencita muy ordenada y precisa. Y con muy buena memoria.





—[Ángel:] De acuerdo: ¿qué es lo que más te gusta del parque, Jazmín?



—[Jazmín:] A mí los tejos —contestó a toda velocidad y poniendo especial acento en la última palabra—. ¿Sabes qué son?





Sabía que eran árboles. Había oído hablar de ellos, pero lo cierto es que no tenía ni idea de cuáles y cómo eran. De todas formas daba igual: seguro que ella me lo explicaría.





—[Ángel:] Pues no, no lo sé.



—[Jazmín:] ¡Ah, yo sí! Se ‘sieeenteeee’… ¿Quieres que te lo explique?





Y, tal y como suponía, ni siquiera esperó a que le respondiese para explicármelo.





—[Jazmín:] Son unos árboles como los pinos, pero con los ‘pelos’ más alborotados, así, y que se llaman “sagrados”.



—[Ángel:] ‘Ahhhhh’…



—[Jazmín:] ¿Sabes por qué se llaman “sagrados”? Si quieres te lo explico…





¿Qué diréis que hizo? En efecto: me lo explicó antes de que contestase.





—[Jazmín:] Son “sagrados” porque unos hombres muy antiguos, que vivían por aquí, dijeron que se llamasen así.



—[Ángel:] Ya entiendo. Y ¿cómo dices que se llamaban esos hombres antiguos?



—[Jazmín:] No, no te lo había dicho porque no me acuerdo muy bien. Creo que “antepasados”… o algo así.



—[Ángel:] Aprendo mucho contigo, Jazmín.



—[Jazmín:] Ya, ya lo sé. Porque soy una niña muy lista.



—[Ángel:] Te creo.



—[Jazmín:] Y me sé un montón de historias que se llaman fábulas. Mi abuelo se las inventa y luego me las cuenta a mí.



—[Ángel:] ¿El abuelo Paco?



—[Jazmín:] No, otro que tengo y que se llama Juan Carlos, como el de los billetes.





Al principio no caí, ¡qué torpe! Luego me di cuenta de que se refería al rey Juan Carlos I de España.





—[Ángel:] Pues ¿cuántos abuelos tienes tú?





Le pregunté, haciéndome el tonto.





—[Jazmín:] Dos, como todo el mundo. Y dos abuelas.



—[Ángel:] Ya lo sé, boba, quería tomarte un poco el pelo.



—[Jazmín:] Pero ya te he dicho antes que soy muy lista.



—[Ángel:] Es verdad. Oye, y lo que menos te gusta del parque, aún no me has dicho qué es.



—[Jazmín:] Porque no me lo has vuelto a preguntar.



—[Ángel:] Usted disculpe, señorita. Vuelvo a preguntárselo: ¿qué es lo que menos le gusta del parque, doña Jazmín?



—¡Qué bobo!





En verdad, Jazmín es una niña muy disciplinada.





—[Jazmín:] Lo que menos me gusta del parque… ¿A que no sabes qué es?



—[Ángel:] No puedo ni imaginármelo.



—[Jazmín:] Pues, para que lo sepas: lo que menos me gusta del parque son los ‘gamberretes’ y las ‘gamberretas’.





Anunció elevando el tono de voz. Como indignada.





—[Ángel:] ‘Guau’. Y ¿Quiénes son ésos?



—[Jazmín:] Oye, tú dices muchas veces ‘guau’ como si fueses un perro. Espera un poco, que voy a pedirle agua al abuelo y después te cuento qué es lo que menos me gusta del parque, ¿vale? Estoy muertecita de sed.





Eso me recordó a algunos programas de la tele, cuando dan paso a la publicidad.











[Gijón, 14.08.2011]

lunes, 22 de agosto de 2011

JUEGO: ¿Dónde está Ángel?

2. JAZMÍN Y LAS ARDILLAS



Tuve que hacer un cambio de planes para poder ir la mañana siguiente al parque, a encontrarme con la pequeña Jazmín. Nada importante... los planes de un prejubilado.


Camino del estanque donde nos conocimos el día anterior, iba pensando que era mi cita más ‘joven’: con tan solo una niña. Y, sin embargo, quizá fuese la más añorada. Lo cierto es que ninguna de las que había tenido en los últimos años, con personas adultas, había merecido realmente la pena. Todo resultó muy superficial, e incluso hubo algún que otro plantón.



El caso es que ésta de hoy, la cita con Jazmín, no lo era en toda regla. Un simple “hasta mañana” no implicaba ningún compromiso por su parte, entre otras cosas porque era una niña y porque dependía de sus mayores. Y por la mía, por mi parte… La verdad es que me hacía una ilusión enorme volver a verla. Era una criatura encantadora, espontánea, limpia.





***




Faltando unos minutos para las dos de la tarde, más o menos la hora en que nos encontramos el día antes, la vi aparecer al fondo de la alameda que comunica la entrada principal del parque con el estanque. Iba acompañada del abuelo.


Tan pronto como ella miró en esa dirección, levanté los brazos y los agité en el aire para que me viese. Acto seguido ella hizo lo mismo y echó a correr con renovadas energías.


A punto de llegar a mi altura, aún no había reducido lo más mínimo la velocidad. Pronto se produciría el encuentro, o quizá el encontronazo, y yo no sabía qué hacer. Pero llegado el momento ella me dio la respuesta, ya que sin mediar palabra, ni pensárselo dos veces, me saltó encima como si nos conociésemos de toda la vida.





—[Jazmín:] ¡Hola, Ángel!



—[Ángel:] ¡Hola, Jazmín! Veo que no has olvidado mi nombre.



—[Jazmín:] Pues claro, ¿qué te creías?


—[Ángel:] Me alegra mucho verte otra vez.


—[Jazmín:] Pues yo creí que tú no ibas a venir hoy.


—[Ángel:] ¿No me dijiste ayer “hasta mañana”? Pues aquí me tienes.


—[Jazmín:] ¿Y la cámara de fotos, no te la has traído?


—[Ángel:] Sí, sí… claro, aquí la tengo.





Estaba mostrándole el interior de mi mochila cuando, en ese preciso instante, llegó el abuelo.





—[Ángel:] Buenas tardes, don Francisco.


—[Abuelo:] Hola, amigo. “Paco” a secas, si te parece. Y me tuteas, por favor. Si no te parece bien me da igual, porque yo sí que voy a tutearte a ti.





Tenía el mismo genio descarado y simpático que la nieta. Al revés, mejor dicho.





—[Abuelo:] Me ha dicho mi “florecilla” que te llamas Ángel, que eres jubilado y que te dedicas a hacer fotos a los cisnes.





‘Guau’, me tenía controlado… ¡Bah!, es una broma.





—[Ángel:] Sí, es cierto. Tu “florecilla” te ha contado la verdad, aunque habría que matizar algunos detalles.


—[Abuelo:] ¿‘Siiiií’?


—[Ángel:] Nada importante, que estoy ‘pre’-jubilado, no jubilado, y que hago fotos a todo lo que se me pone a tiro, no solo a los cisnes.


—[Abuelo:] ¡‘Ahhhhh’! El caso es que te veía yo muy joven para ser un jubilado-jubilado.


—[Ángel:] Tengo 56. Y me dieron ‘la boleta’ hace cinco. Estaba harto de trabajar, metido en aquella cueva, y me vino estupendamente que me largasen.


—[Abuelo:] Vaya, pues me alegro por ti. Yo también estaba harto de mi cueva, pero tuve menos suerte que y no pude largarme hasta los 65 bien cumplidos. Ahora tengo 74 ‘castañas’.


—[Ángel:] Te conservas muy bien.


—[Abuelo:] Hago lo que puedo. Este pimpollo —dijo refiriéndose a la niña, Jazmín— no me deja envejecer.





Sonreí. Qué suerte la suya…





—[Abuelo:] Bueno, te dejo al cuidado de mi ‘tesorete’, ‘Angelete’. Voy en busca de mi amigo Diógenes, a ver si echamos una ‘parrafadita’.


—[Ángel:] OK, aquí estaremos.


—[Abuelo:] Hasta luego. Si te cansa, me la mandas de vuelta. Estaré allí, en los bancos.


—[Ángel:] Genial, Paco. Hasta luego.


—[Abuelo:] Hasta luego, ‘amigo de Jazmín’.





Lo dijo con sorna, pero de corazón.





—[Jazmín:] No hagas caso al abuelo, es un cascarrabias y un charlatán de primera.


—[Ángel:] Niña, no digas eso.


—[Jazmín:] Es verdad, habla más que un papagayo.


—[Ángel:] Ten más respeto a tu abuelo.


—[Jazmín:] Si le tengo respeto, pero es un cascarrabias y un charlatán de primera.





Al parecer, cuando se le metía una idea en la cabeza no había quien se la quitase. Testaruda, testaruda. Y mandona. Eso sí: con mucha gracia.





—[Jazmín:] Venga, saca la cámara de la mochila y vamos a hacer fotos a las ardillas. Que hoy me toca elegir a mí.





Dicho y hecho.


Y me llevó a un jardín cercano donde, según me dijo, éstas solían acudir en busca de las nueces que les echaba la gente.





—[Ángel:] Oye, aquí no hay ni una ardilla.


—[Jazmín:] Que te lo has creído tú, tururú. Ya verás…





Y, echándose mano a uno de los bolsillos del chándal del colegio, se sacó dos nueces enormes.





—[Jazmín:] Son las más grandes que había en la bolsa.





Desde luego que lo eran.





—[Jazmín:] Verás, verás…





Cogiendo una nuez con cada mano, comenzó a chocarlas entre sí, a la vez que emitía un sonido típico, haciendo chocar la lengua contra el paladar. Parecido al golpeteo de de dos tablas. No tardó en aparecer la primera ardilla. Estaba sorprendido, perplejo.





—[Jazmín:] Ahora quédate aquí, sin moverte, no vayas a asustarla.





Y se acercó unos pasos, agachándose después para ofrecerle su regalo comestible a la simpática y nerviosa criatura.



Sin dudarlo mucho, la ardilla se acercó y Jazmín le dio su nuez. El animal estaba aparentemente tranquilo, confiado, y ella aprovechó para acariciarle la larga y rizada cola. Mientras, la ardilla cogiendo la nuez con las patas delanteras igual que si fuesen manos, mordía la cáscara con sus afilados dientes para sacarle la ‘sorpresa’.





—[Jazmín:]¿Ves?





Me dijo según regresó a mi lado.





—[Ángel:]¡Es genial!


—[Jazmín:] Pues ahora prepárate, que lo vas a hacer tú.


—[Ángel:] Pero yo…


—[Jazmín:] Que sí, bobo, tú hazme caso. Ya verás que bien lo haces.





Y sí, lo hice.




No daba crédito a lo que mis ojos veían: yo, dando de comer en mi mano a una tranquilísima ardilla, mientras mi joven amiga le acariciaba la cola y el lomo, y le hablaba con dulzura. ¡Increíble! No podía ser.





—[Jazmín:] ¿Has visto?





Por supuesto que había visto… ¡Y creído!







[Gijón, 13.08.2011]




martes, 9 de agosto de 2011

JUEGO: ¿Dónde está Jazmín?

1. ¡¡¡ JAZMÍN, ME LLAMO JAZMÍN!!!


Un día, estando sentado sobre la valla que rodea el estanque, y mientras hacía fotos a los cisnes que se aseaban las plumas, sentí que de repente alguien trepaba sobre mi espalda. No podía ser una ardilla, pues pesaba diez veces más. Y tampoco un ganso, porque los gansos no tienen ni idea de trepar. Intrigado volví la cabeza, con cuidado para que el trepador o trepadora no se asustase. Nunca se sabe...



Y: ¡ah, sorpresa! Se trataba de una niña rubia, preciosa, de unos seis o siete años de edad, ligera como una pluma… pero más pesada que una ardilla:





—[Niña:] Hola, ¿qué haces?





Me preguntó antes de que yo le dijese nada.





—[Hombre:] Hola. Y tú, ¿quién eres?



—[Niña:] Jo, he preguntado yo ‘prime’.



—[Hombre:] Ah, perdona. Estoy haciendo fotos a los cisnes, ¿ves qué bonitos?



—[Niña:] A mi me gustan más las ardillas.



—[Hombre:]¡Qué bien!, a mí también me gustan mucho.


—[Niña:] Entonces, ¿por qué fotografías a los cisnes?





Mientras hablábamos, la niña había conseguido llegar a la cima de su escalada y la tenía abrazada al cuello con su cara pegada a la mía. Un gesto muy tierno, que a ella le servía para ver mejor la imagen en el visor de la cámara, antes de que hiciese yo la foto.





—[Niña:] Oye, ¿qué hace ese cisne?


—[Hombre:] Se está acicalando.



—[Niña:] ¿Y eso qué es?



—[Hombre:] “Acicalarse” es arreglarse, asearse. ¿No ves cómo se limpia las plumas con el pico?



—[Niña:] Pues a mí no me gusta lavarme la cara. Y menos aún por la mañana, cuando me levanto de la cama. Jo, qué rollo…



—[Hombre:] Pues debería gustarte, porque así te despabilas mejor y el agua te deja la piel muy fresquita.



—[Niña:] No te entiendo nada, oye. ¿Qué es “despabilas”?



—[Hombre:] “Despabilarse” es despertarse, ponerse en marcha… Más o menos significa eso.



—[Niña:] ¡Qué raro hablas tú!



—[Hombre:] Pues lo siento. Por cierto, aún no me has dicho como te llamas.



—[Niña:] Mi mamá dice que primero se presentan los caballeros y después las damas. ¡Ah, te toca ‘prime’!



—[Hombre:] Oh, ‘peggdon, peggdon usted madmuasel’.



—[Niña:] Qué bobo…





Dijo al tiempo que se sonreía y me empujaba la cara hacia un lado.



Sus palabras, en boca de otra niña, diferente, hubiesen sonado cursis, repelentes. Pero ella, mi trepadora personal, las pronunciaba con tanta gracia que resultaban simpáticas, divertidas.





—[Hombre:] Me llamo Ángel.



—[Niña:] Y ¿a qué te dedicas tú?





Era como una pequeña detective. ¡Qué ‘curiosona’!...





—[Ángel:] Estoy jubilado y me dedico a hacer fotos, ¿qué te parece? Por cierto: ¿sabes qué es jubilado?



—[Niña:] Eso sí lo sé, porque mi abuelo Francisco, que se llama “Paco”, también está como tú. Solo que él no hace fotos.



—[Ángel:] Y ¿qué hace?



—[Niña:] Nada. Bueno, me trae a mí al parque, cuando salgo del ‘cole’, para que así ‘no se oxide’. Eso es lo que dice mi abuela. ¿Tú sabes que es ‘oxidarse’? Si quieres te lo explico…





Y me lo explicó.





—[Ángel:] ¡Qué bien! Y ¿dónde está ahora tu abuelo?


—[Niña:]¿Ves aquel señor que está sentado con un amigo suyo que se llama Diógenes, y que es un vagabundo muy pobre?



—[Ángel:] Bueno, sí, veo allí a dos señores, pero…



—[Niña:] Pues el que no es un pobre vagabundo, ése es mi abuelo Paco, que también se llama ‘jubilado’, igual que tú.





Pero ella seguía sin decirme su nombre.





—No veas cómo me gustaría saber cómo te llamas, rubita. ¿Tú crees que podrás decírmelo algún día?



—[Niña:] ¡Mira, mira, Ángel, lo que hace ese cisne! ¡Deprisa, hazle una foto!


—[Ángel:] A sus órdenes.





Acababa de conocerla y ya me mandaba más que si fuese un general. Pero con más gracia.



El cisne en cuestión, el que la niña quería que fotografiase, estaba haciendo un movimiento de torsión con el cuello que parecía que iba a rompérsele en mil pedazos. La imagen que ofrecía resultaba en efecto curiosa, simpática. Y tomé la foto.





—[Ángel:] ¿Te gusta así?





Pregunté al tiempo que le mostraba la estampa inmóvil en la pantalla digital.





—[Niña:] Me gusta, sí, me gusta. Mira, ahora puedes fotografiar a aquel otro.





Todo ello lo decía sin soltarse de mi cuello, y sin apartar su rostro del mío.





—[Ángel:] Vale, OK.





Le respondí.



E hice cuantas fotos me pidió. Después me daba la conformidad para que las guardase en la memoria, pero sólo si a ella le gustaban. En caso contrario me mandaba borrarlas.



De repente, igual que había llegado, se fue.





—[Niña:] Bueno, adiós, me voy que me llama mi abuelo.



—[Ángel:] Adiós, adiós...





Y echó a correr lejos de allí, dejándome más solo que antes de subírseme al cuello.



Inesperadamente, a mitad de camino, se paró formando una pequeña polvareda alrededor de sus pies. Se dio la vuelta hacia mí, y poniéndose ambas manos, abiertas por las palmas alrededor de la boca, gritó:





—[Niña:] ¡¡¡JAZMÍN, me llamo JAZMÍN!!! ¡¡¡Hasta mañana, Ángel!!!





Pues… Si ella lo decía, allí estaríamos mañana.







[Gijón, 09.08.2011]