—[Ángel:] ¿Hace mucho que vienes a dar de comer a las ardillas, Jazmín?
Le pregunté, tratando de entender así su extraordinaria habilidad para congeniar con ellas.
—[Jazmín:] Desde que era pequeña, pequeña, pequeña, pero ya había aprendido a andar.
—[Ángel:] ¿Y no te daba miedo?
—[Jazmín:] ¿Por qué?
—[Ángel:] No sé, a los niños muy pequeños les asustan los animales.
—[Jazmín:] Pues a mí no.
—[Ángel:] Eso es porque tú eres muy valiente, ¿verdad?
—[Jazmín:] Sí, sí.
—[Ángel:] ¡Qué bien!
—[Jazmín:] Mi padre y mi madre dicen que vaya gasto que tenemos con las ‘dichosas’ ardillas.
—[Ángel:] Y eso ¿por qué?
—[Jazmín:] ¿Qué te crees tú? Como vengo todos los días, hace falta comprar una bolsa de nueces cada semana… por lo menos.
—[Ángel:] Pues sí que es un gasto enorme.
—[Jazmín:] Entonces qué, ¿no les doy de comer?
—[Ángel:] Sí, está muy bien que les des de comer. Pero es un gasto enorme.
—[Jazmín:] Ah, pero ellas lo merecen. Se ‘sieeeenteeee’…
—[Ángel:] ¿Y si tus padres dicen un día que ya está bien, que se acabó y que ya no hay más nueces que valgan?
—[Jazmín:] Pues entonces se las pido a mis abuelos. O si no se las compro yo. ¿Te crees que no tengo ahorros?
—[Ángel:] ‘Claaaaaro’…
—[Jazmín:] A ti, ¿qué es lo que más te gusta del parque?
Me preguntó mi pequeña amiga, cambiando rápidamente de conversación.
—[Ángel:] Pues… Creo que los cisnes.
—[Jazmín:] Jo, qué pesado eres con los cisnes.
—[Ángel:] Vaya, tú me has preguntado.
—[Jazmín:] Y ¿lo que menos?
—[Ángel:] No lo sé. Creo que me gusta todo.
—[Jazmín:] Pues a mí no.
—[Ángel:] Y ¿qué es eso que no te gusta del parque… si puedo saberlo?
—[Jazmín:] Primero me tienes que preguntar que es lo que más me gusta, como yo a ti.
Una jovencita muy ordenada y precisa. Y con muy buena memoria.
—[Ángel:] De acuerdo: ¿qué es lo que más te gusta del parque, Jazmín?
—[Jazmín:] A mí los tejos —contestó a toda velocidad y poniendo especial acento en la última palabra—. ¿Sabes qué son?
Sabía que eran árboles. Había oído hablar de ellos, pero lo cierto es que no tenía ni idea de cuáles y cómo eran. De todas formas daba igual: seguro que ella me lo explicaría.
—[Ángel:] Pues no, no lo sé.
—[Jazmín:] ¡Ah, yo sí! Se ‘sieeenteeee’… ¿Quieres que te lo explique?
Y, tal y como suponía, ni siquiera esperó a que le respondiese para explicármelo.
—[Jazmín:] Son unos árboles como los pinos, pero con los ‘pelos’ más alborotados, así, y que se llaman “sagrados”.
—[Ángel:] ‘Ahhhhh’…
—[Jazmín:] ¿Sabes por qué se llaman “sagrados”? Si quieres te lo explico…
¿Qué diréis que hizo? En efecto: me lo explicó antes de que contestase.
—[Jazmín:] Son “sagrados” porque unos hombres muy antiguos, que vivían por aquí, dijeron que se llamasen así.
—[Ángel:] Ya entiendo. Y ¿cómo dices que se llamaban esos hombres antiguos?
—[Jazmín:] No, no te lo había dicho porque no me acuerdo muy bien. Creo que “antepasados”… o algo así.
—[Ángel:] Aprendo mucho contigo, Jazmín.
—[Jazmín:] Ya, ya lo sé. Porque soy una niña muy lista.
—[Ángel:] Te creo.
—[Jazmín:] Y me sé un montón de historias que se llaman fábulas. Mi abuelo se las inventa y luego me las cuenta a mí.
—[Ángel:] ¿El abuelo Paco?
—[Jazmín:] No, otro que tengo y que se llama Juan Carlos, como el de los billetes.
Al principio no caí, ¡qué torpe! Luego me di cuenta de que se refería al rey Juan Carlos I de España.
—[Ángel:] Pues ¿cuántos abuelos tienes tú?
Le pregunté, haciéndome el tonto.
—[Jazmín:] Dos, como todo el mundo. Y dos abuelas.
—[Ángel:] Ya lo sé, boba, quería tomarte un poco el pelo.
—[Jazmín:] Pero ya te he dicho antes que soy muy lista.
—[Ángel:] Es verdad. Oye, y lo que menos te gusta del parque, aún no me has dicho qué es.
—[Jazmín:] Porque no me lo has vuelto a preguntar.
—[Ángel:] Usted disculpe, señorita. Vuelvo a preguntárselo: ¿qué es lo que menos le gusta del parque, doña Jazmín?
—¡Qué bobo!
En verdad, Jazmín es una niña muy disciplinada.
—[Jazmín:] Lo que menos me gusta del parque… ¿A que no sabes qué es?
—[Ángel:] No puedo ni imaginármelo.
—[Jazmín:] Pues, para que lo sepas: lo que menos me gusta del parque son los ‘gamberretes’ y las ‘gamberretas’.
Anunció elevando el tono de voz. Como indignada.
—[Ángel:] ‘Guau’. Y ¿Quiénes son ésos?
—[Jazmín:] Oye, tú dices muchas veces ‘guau’ como si fueses un perro. Espera un poco, que voy a pedirle agua al abuelo y después te cuento qué es lo que menos me gusta del parque, ¿vale? Estoy muertecita de sed.
Eso me recordó a algunos programas de la tele, cuando dan paso a la publicidad.
[Gijón, 14.08.2011]
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