ADVERTENCIA


SE RECOMIENDA LEER LAS HISTORIAS POR EL ORDEN INDICADO (NÚMERO-TÍTULO).

miércoles, 21 de septiembre de 2011

¿DÓNDE ESTÁ EL BARCO DE LOS PIRATAS?

5. LAS HISTORIAS DE JAZMÍN

Jazmín iba a contarme algo más, acerca de estas personas que no respetan el parque ni nada, cuando en ese preciso momento llegó el abuelo Paco.





—[Abuelo Paco] Hola, ¿qué tal lo lleváis?



—[Ángel] Bien, Paco, bien. Contándonos historias del parque.



—[Abuelo Paco] Ah, amigo, pues Jazmín se sabe un montón… Pero tendréis que dejarlas para mañana, o para otro día, porque nosotros ahora tenemos que irnos a casa, a comer. Ya estará esperándonos la abuela Carmen con la mesa puesta.



—[Jazmín] ¡¡Otro día no, mejor mañana!!— replicó la niña.



—[Abuelo Paco] ¿Y si Ángel tiene otras cosas que hacer? Tendrá que hacerlas algún día, ¿no? ¿O crees que va a venir a verte todos los días? No seas egoísta, niña.



—[Ángel] No, no te preocupes, Paco— intervine yo— mañana puedo.



—[Jazmín] ¡Que ‘guay’!





Con esta exclamación Jazmín dio muestras de alegría por haberse salido con las suyas. Una vez más. Rara vez no lo conseguía…





—[Jazmín] Me voy, Ángel, hasta mañana. Y tráete la cámara de fotos, ¿vale?





Diciendo esto echó a correr entre una polvareda gigante, pues le gustaba hacerlo siempre, arrastrando los pies.





—[Abuelo Paco] Ya verás la abuela qué bronca nos va a echar, niña, por llevarnos todo el polvo del parque metido hasta en el pelo.





Y, dirigiéndose a mí, añadió:





—[Abuelo Paco] Amigo, hasta mañana. Y gracias por la paciencia.



—[Ángel] De nada, por Dios. Lo hago complacido. Tienes una nieta que es una joya. Pero… ¿qué te voy a decir yo a ti? Y lo paso muy bien con ella.



—[Abuelo Paco] Me alegro. Venga, mañana nos vemos otra vez, o esta niña nos liquida a ti y a mí.



—[Ángel] Será un placer, Paco. Hasta mañana. Y gracias a ti por confiármela.





Aproveché el resto del tiempo hasta mi hora de comer (yo lo hacía más tarde) para intentar hacerles unas fotos a las ardillas que antes, al final, no pude. Saqué del bolsillo un par de nueces que me dejó Jazmín, e imitando sus gestos y sus ruidos les llamé la atención. Pero nada, allí no aparecía nadie.



A punto estaba de irme cuando, unos pasos más allá, al pie de un pino, vi una enorme ardilla. Bajaba por el árbol ‘trepando’ del revés: boca abajo, con una gran destreza y velocidad. Pero no llegó a tocar el suelo. Quedó allí, enganchada al tronco, a un par de palmos de la hierba.

Choqué las nueces, silbé, hice movimientos con las manos para atraerla, como mi pequeña amiga, pero la ardilla no me hizo ni caso. Como si no existiese.

Aburrido de esperar, lancé las nueces cerca de donde ella estaba y eso sí resultó. Acabó de bajar del árbol y saltó a por ellas con entusiasmo. Una la enterró, para cuando tuviese más hambre, y la otra subió a comérsela en una rama del árbol… para que ningún intruso la molestase.





***





A la mañana siguiente, cuando llegué al que se acabaría convirtiendo con el paso del tiempo en nuestro “rincón favorito”: el Bosquecillo de las Ardillas, Jazmín ya estaba allí. Me saludó efusivamente, según su costumbre. El abuelo Paco estaba en la alameda, sentado en un banco con su amigo Diógenes, el vagabundo. Charlaban animadamente. Al verme levantó la mano, para saludarme. Yo le respondí del mismo modo.





—[Ángel] Hola, Jazmín, ¿qué tal estás?



—[Jazmín] Yo me sé un ‘montonazo’ de historias, ¿sabes?





Me respondió, ignorando el saludo, como si entre la conversación de ayer y la de hoy no hubiese pasado el tiempo y jamás nos hubiésemos separado ayer para acudir… cada cual a sus asuntos.





—[Ángel] Ya, ya me lo dijiste ayer. Y el ‘abu’ Paco también.



—[Jazmín] ¿Cómo le has llamado?



—[Ángel] Paco.



—[Jazmín] No, lo otro.



—[Ángel]¿Qué otro? ¿‘Abu’?



—[Jazmín] Eso, eso. ¡Como mola, no lo había oído nunca!



—[Ángel]¿Nunca? Pues, en el sitio de donde yo vengo los niños suelen llamarles así. Creí que aquí también.



—[Jazmín] ¡‘Andá’!— exclamó sorprendida— y tú, entonces: ¿de dónde vienes? ¿Es que tu casa no está aquí?



—[Ángel] Ahora sí, pero antes vivía en otro sitio, en otra ciudad.



—[Jazmín] ‘Joooo’, que ‘guay’. Y ¿qué ciudad es?



—[Ángel] Oye, Jazmín, ¿por qué no me cuentas una de tus historias?





Ahora fui yo quien cambió de conversación. No me apetecía pensar en cosas pasadas. La niña pareció comprenderlo… O es que, simplemente, aquello mío no le interesaba tanto como sus historias. Vamos, ni lo más mínimo. ¡Genial!





—[Jazmín] Vale, pero con una condición.





¿Qué se le habría ocurrido esta vez?...





—[Ángel] Y ¿cuál es esa condición?



—[Jazmín] ¡Yo te cuento una historia y tú me das una foto!



—[Ángel] Si ya te he dicho que te doy las que tú quieras… cuando las tenga hechas en papel.



—[Jazmín] Ya, pero yo quiero una muy, muy especial.



—[Ángel] Y ¿de qué se trata?



—[Jazmín] ¡Una foto grande, ‘gradíiiiiiiisima’, de la luna!



—[Ángel] ¿La luna? Y ¿cómo de grande, ‘gradíiiiiisima’ la quieres?



—[Jazmín] ‘Super-supergrande’, así— dijo abriendo los brazos de par en par, hasta ya no poder abrirlos más.



—[Ángel] Bueno. De acuerdo.



—[Jazmín] ¡¡¡‘Biennnnn’!!! ¿Qué historia quieres que te cuente?— lo dijo cruzándose de brazos, haciéndose la interesante. En señal de espera.



—[Ángel] No sé, la que tú quieras.



—[Jazmín] A ver, a ver… ¿De qué quieres que trate?





Me quedé un rato pensativo.





—[Ángel] ¡De flores!—. La idea se me ocurrió al ver un grupo de minúsculas margaritas que habían crecido al pie de un nogal.



—[Jazmín] Ah, vale. Me sé el de «La rosa desmelenada». ¿Te gusta?



—[Ángel] Creo que sí, que me gustará. Una rosa desmelenada es siempre un buen tema…



—[Jazmín] ¿Y qué es un “tema”?





Ahora sí que la había liado. A ver cómo lo explicaba.





—[Ángel] Un “tema” es… la temática, el contenido de la historia.





Comprendí de inmediato que a pesar de lo sencillo de la pregunta, mi respuesta no había estado a la altura de las circunstancias. Jazmín me miraba interrogante y perpleja, como quien no sabe ni qué decir. Lo cual en ella era bastante difícil.





—[Ángel] A ver cómo te explico yo… ¿De qué trata la última película que has visto?



—[Jazmín] Um… ¡De un ‘pececillo’!



—[Ángel] Y ¿qué le pasa en la ‘peli’ a ese ‘pececillo’?



—[Jazmín] Pues que unos señores malvados van y lo secuestran, sin que su papá se de cuenta, y se lo llevan a vivir encerrado en una pecera. Con otros peces grandes, y con unos más ‘chiquititos’… como él.



—[Ángel] Pues ése es el “tema” de la historia, o, bueno, el de la película: el secuestro de un ‘pececillo’.



—[Jazmín] ¡¡‘Ahhhhh’, tú dices el argumento!!





‘Glup’…

Me quedé ‘a cuadros’, sin palabras. ¡¡¡El argumento!!!, si llego a saberlo… Claro, es que Jazmín es una niña muy, muy lista. ¡Y yo que tonto, Dios mío!





—[Ángel] Entonces qué, ¿me cuentas esa historia de LA ROSA DESMELENADA, o no?



—[Jazmín] Es una historia que se llama “fábula”, porque cuando terminas de oírla, o de leerla, resulta que has aprendido una cosa ‘superguay’.



—[Ángel] Genial. Venga…





Y comenzó el relato.











[Gijón, 20.08.2011]


¿DÓNDE ESTÁ EL RATÓN MICKEY?

4. 'GAMBERRETES' Y 'GAMBERRETAS'


Deseo hacer un alto, aprovechando este ‘espacio de publicidad’ que nos ha brindado Jazmín, para ir a pedirle agua al abuelo Paco.



Algunas explicaciones suyas, aunque le encanta darlas, no dejan las cosas del todo claras. Por ejemplo: qué es un tejo, un antepasado, lo sagrado, una fábula

Para conocerlas, hay un libro excepcional, a pesar de que a algunas personas le da una pereza enorme utilizarlo, que es el “diccionario”. En él se encuentran todas, todas, todas las respuestas que necesitamos cuando no sabemos qué significan las palabras, o qué y cómo es cada cosa. Por ejemplo: la pereza, que hace un rato acabo de mencionar.

Aunque el diccionario parece un plomazo, porque no cuenta historias divertidas, lo cierto es que se trata de un libro genial, pues sólo él puede ayudarnos a comprender mejor esas historias que nunca nos aburren.



También se lo dije a Jazmín, pero ella es muy nerviosa y activa, igual que sus amigas las ardillas, y ¿sabéis qué me ha contestado? Que mejor le explico yo todo.

La verdad es que así resulta más ‘diver’, como ella dice, pero también es verdad que no siempre vamos a tener cerca a la persona que necesitamos para que nos explique las cosas.



Además el diccionario nunca se equivoca. Y las personas… a veces sí.





***





—[Jazmín:] Cuando yo era una niña muy pequeña mi papá me regaño una vez porque tiré una bolsa de ‘gusanitos’ vacía al suelo del parque. “¡Niña, eso no se hace. Recógelo ahora mismo, por favor, y échalo en la papelera”— me dijo enfadado.



—[Jazmín:] ¿Por qué estás enfadado conmigo, ‘papi’?— le pregunté.



—[Papá de Jazmín:] No, ‘princesa’, no me he enfadado. Es que quiero que seas una niña educada.



—[Jazmín:] ¿Qué es “educada”, ‘papi’?—. Es que las niñas y los niños muy pequeños nos pasamos todo, todo el día preguntado.



—[Papá de Jazmín:] Educada es que respeta a las personas… y a las cosas. Las que son suyas y las de los demás. Por eso no se tiran papeles, ni bolsas, ni nada de nada al suelo del parque, que es un lugar de todos.



—[Jazmín:] ‘Papi’ ¿Respetar es ser bueno?



—[Papá de Jazmín:] Más o menos, hija.



—[Jazmín:] Entonces, esas personas que no respetan el suelo y lo ensucian tirando porquerías ¿no son buenas?



—[Papá de Jazmín:] A lo mejor sí, cariño, pero aparte de eso también son cochinas y maleducadas.



—[Jazmín:] No lo entiendo, ‘papi’—. Todo el día le estaba llamando ‘papi’. Ahora ya no lo digo, sólo “papá”.



—[Papá de Jazmín:] Bueno, Jazmín, ya lo entenderás. Tú haz lo que yo te digo, y mamá, y los abuelos, y las personas que te queremos. Así serás una niña muy educada.



—[Jazmín:] Y ¿si no quiero ser educada?—. Eso se lo pregunté, porque a veces soy una niña muy rebelde.



—[Papá de Jazmín:] Entonces no te traeremos al parque. Y te quedarás en casa, sin salir, hasta que aprendas a comportarte bien y respetarlo todo.



—[Jazmín:] ¿Todo, todo, todo?



—[Papá de Jazmín:] ¡Todo, todo, todo!



—[Jazmín:] Pues ¡vaya rollo!



—[Papá de Jazmín:] ¡Oye, niña!, que me enfado de verdad, ¿eh?



—[Jazmín:] No, ‘papi’, no. Te prometo que ya voy a ser buena. Y que voy a respetar todo, todo, todo.



—[Papá de Jazmín:] Eso está muy bien. O ¿quieres convertirte en una ‘gamberreta’?



—[Jazmín:] ¿Y eso qué es?



—[Papá de Jazmín:] Los ‘gamberretes’ y las ‘gamberretas’ son esas personas que sólo piensan en sí mismos y en sus cosas, y no les importa que lo que hacen moleste a otras personas. “Cosas feas”. A veces las hacen para fastidiar. Son unos gamberros y gamberras de marca mayor.



—[Jazmín:] Pues yo no quiero ser una ‘gaberreta’ de esas que tú dices, ‘papi’.



—[Papá de Jazmín:] Entonces ya sabes qué tienes que hacer, cariño.





Así fue como me explicó Jazmín qué eran ‘gamberretes’ y ‘gamberretas’, y porque son lo que menos le gusta del parque. Porque ensucian. Y porque molestan a las personas, a los animales y a las plantas. Y porque nunca hacen caso a quienes les dicen que esas “cosas feas” no se hacen.

Estaba de acuerdo con ella. También a mí eso era lo que menos me gustaba del parque.



Lamentablemente hay niños y niñas que no tienen quien les eduque. Y adultos que les dan mal ejemplo haciendo lo que no se debe. ¡Vaya rollo!, que diría Jazmín…











[Gijón, 17.08.2011]


martes, 23 de agosto de 2011

JUEGO: ¿Dónde esta la ardilla?

3. LO QUE MÁS Y LO QUE MENOS


—[Ángel:] ¿Hace mucho que vienes a dar de comer a las ardillas, Jazmín?





Le pregunté, tratando de entender así su extraordinaria habilidad para congeniar con ellas.





—[Jazmín:] Desde que era pequeña, pequeña, pequeña, pero ya había aprendido a andar.



—[Ángel:] ¿Y no te daba miedo?



—[Jazmín:] ¿Por qué?



—[Ángel:] No sé, a los niños muy pequeños les asustan los animales.



—[Jazmín:] Pues a mí no.



—[Ángel:] Eso es porque tú eres muy valiente, ¿verdad?



—[Jazmín:] Sí, sí.



—[Ángel:] ¡Qué bien!



—[Jazmín:] Mi padre y mi madre dicen que vaya gasto que tenemos con las ‘dichosas’ ardillas.



—[Ángel:] Y eso ¿por qué?



—[Jazmín:] ¿Qué te crees tú? Como vengo todos los días, hace falta comprar una bolsa de nueces cada semana… por lo menos.



—[Ángel:] Pues sí que es un gasto enorme.



—[Jazmín:] Entonces qué, ¿no les doy de comer?



—[Ángel:] Sí, está muy bien que les des de comer. Pero es un gasto enorme.



—[Jazmín:] Ah, pero ellas lo merecen. Se ‘sieeeenteeee’…



—[Ángel:] ¿Y si tus padres dicen un día que ya está bien, que se acabó y que ya no hay más nueces que valgan?



—[Jazmín:] Pues entonces se las pido a mis abuelos. O si no se las compro yo. ¿Te crees que no tengo ahorros?



—[Ángel:] ‘Claaaaaro’…



—[Jazmín:] A ti, ¿qué es lo que más te gusta del parque?





Me preguntó mi pequeña amiga, cambiando rápidamente de conversación.





—[Ángel:] Pues… Creo que los cisnes.



—[Jazmín:] Jo, qué pesado eres con los cisnes.



—[Ángel:] Vaya, tú me has preguntado.



—[Jazmín:] Y ¿lo que menos?



—[Ángel:] No lo sé. Creo que me gusta todo.



—[Jazmín:] Pues a mí no.



—[Ángel:] Y ¿qué es eso que no te gusta del parque… si puedo saberlo?



—[Jazmín:] Primero me tienes que preguntar que es lo que más me gusta, como yo a ti.





Una jovencita muy ordenada y precisa. Y con muy buena memoria.





—[Ángel:] De acuerdo: ¿qué es lo que más te gusta del parque, Jazmín?



—[Jazmín:] A mí los tejos —contestó a toda velocidad y poniendo especial acento en la última palabra—. ¿Sabes qué son?





Sabía que eran árboles. Había oído hablar de ellos, pero lo cierto es que no tenía ni idea de cuáles y cómo eran. De todas formas daba igual: seguro que ella me lo explicaría.





—[Ángel:] Pues no, no lo sé.



—[Jazmín:] ¡Ah, yo sí! Se ‘sieeenteeee’… ¿Quieres que te lo explique?





Y, tal y como suponía, ni siquiera esperó a que le respondiese para explicármelo.





—[Jazmín:] Son unos árboles como los pinos, pero con los ‘pelos’ más alborotados, así, y que se llaman “sagrados”.



—[Ángel:] ‘Ahhhhh’…



—[Jazmín:] ¿Sabes por qué se llaman “sagrados”? Si quieres te lo explico…





¿Qué diréis que hizo? En efecto: me lo explicó antes de que contestase.





—[Jazmín:] Son “sagrados” porque unos hombres muy antiguos, que vivían por aquí, dijeron que se llamasen así.



—[Ángel:] Ya entiendo. Y ¿cómo dices que se llamaban esos hombres antiguos?



—[Jazmín:] No, no te lo había dicho porque no me acuerdo muy bien. Creo que “antepasados”… o algo así.



—[Ángel:] Aprendo mucho contigo, Jazmín.



—[Jazmín:] Ya, ya lo sé. Porque soy una niña muy lista.



—[Ángel:] Te creo.



—[Jazmín:] Y me sé un montón de historias que se llaman fábulas. Mi abuelo se las inventa y luego me las cuenta a mí.



—[Ángel:] ¿El abuelo Paco?



—[Jazmín:] No, otro que tengo y que se llama Juan Carlos, como el de los billetes.





Al principio no caí, ¡qué torpe! Luego me di cuenta de que se refería al rey Juan Carlos I de España.





—[Ángel:] Pues ¿cuántos abuelos tienes tú?





Le pregunté, haciéndome el tonto.





—[Jazmín:] Dos, como todo el mundo. Y dos abuelas.



—[Ángel:] Ya lo sé, boba, quería tomarte un poco el pelo.



—[Jazmín:] Pero ya te he dicho antes que soy muy lista.



—[Ángel:] Es verdad. Oye, y lo que menos te gusta del parque, aún no me has dicho qué es.



—[Jazmín:] Porque no me lo has vuelto a preguntar.



—[Ángel:] Usted disculpe, señorita. Vuelvo a preguntárselo: ¿qué es lo que menos le gusta del parque, doña Jazmín?



—¡Qué bobo!





En verdad, Jazmín es una niña muy disciplinada.





—[Jazmín:] Lo que menos me gusta del parque… ¿A que no sabes qué es?



—[Ángel:] No puedo ni imaginármelo.



—[Jazmín:] Pues, para que lo sepas: lo que menos me gusta del parque son los ‘gamberretes’ y las ‘gamberretas’.





Anunció elevando el tono de voz. Como indignada.





—[Ángel:] ‘Guau’. Y ¿Quiénes son ésos?



—[Jazmín:] Oye, tú dices muchas veces ‘guau’ como si fueses un perro. Espera un poco, que voy a pedirle agua al abuelo y después te cuento qué es lo que menos me gusta del parque, ¿vale? Estoy muertecita de sed.





Eso me recordó a algunos programas de la tele, cuando dan paso a la publicidad.











[Gijón, 14.08.2011]

lunes, 22 de agosto de 2011

JUEGO: ¿Dónde está Ángel?

2. JAZMÍN Y LAS ARDILLAS



Tuve que hacer un cambio de planes para poder ir la mañana siguiente al parque, a encontrarme con la pequeña Jazmín. Nada importante... los planes de un prejubilado.


Camino del estanque donde nos conocimos el día anterior, iba pensando que era mi cita más ‘joven’: con tan solo una niña. Y, sin embargo, quizá fuese la más añorada. Lo cierto es que ninguna de las que había tenido en los últimos años, con personas adultas, había merecido realmente la pena. Todo resultó muy superficial, e incluso hubo algún que otro plantón.



El caso es que ésta de hoy, la cita con Jazmín, no lo era en toda regla. Un simple “hasta mañana” no implicaba ningún compromiso por su parte, entre otras cosas porque era una niña y porque dependía de sus mayores. Y por la mía, por mi parte… La verdad es que me hacía una ilusión enorme volver a verla. Era una criatura encantadora, espontánea, limpia.





***




Faltando unos minutos para las dos de la tarde, más o menos la hora en que nos encontramos el día antes, la vi aparecer al fondo de la alameda que comunica la entrada principal del parque con el estanque. Iba acompañada del abuelo.


Tan pronto como ella miró en esa dirección, levanté los brazos y los agité en el aire para que me viese. Acto seguido ella hizo lo mismo y echó a correr con renovadas energías.


A punto de llegar a mi altura, aún no había reducido lo más mínimo la velocidad. Pronto se produciría el encuentro, o quizá el encontronazo, y yo no sabía qué hacer. Pero llegado el momento ella me dio la respuesta, ya que sin mediar palabra, ni pensárselo dos veces, me saltó encima como si nos conociésemos de toda la vida.





—[Jazmín:] ¡Hola, Ángel!



—[Ángel:] ¡Hola, Jazmín! Veo que no has olvidado mi nombre.



—[Jazmín:] Pues claro, ¿qué te creías?


—[Ángel:] Me alegra mucho verte otra vez.


—[Jazmín:] Pues yo creí que tú no ibas a venir hoy.


—[Ángel:] ¿No me dijiste ayer “hasta mañana”? Pues aquí me tienes.


—[Jazmín:] ¿Y la cámara de fotos, no te la has traído?


—[Ángel:] Sí, sí… claro, aquí la tengo.





Estaba mostrándole el interior de mi mochila cuando, en ese preciso instante, llegó el abuelo.





—[Ángel:] Buenas tardes, don Francisco.


—[Abuelo:] Hola, amigo. “Paco” a secas, si te parece. Y me tuteas, por favor. Si no te parece bien me da igual, porque yo sí que voy a tutearte a ti.





Tenía el mismo genio descarado y simpático que la nieta. Al revés, mejor dicho.





—[Abuelo:] Me ha dicho mi “florecilla” que te llamas Ángel, que eres jubilado y que te dedicas a hacer fotos a los cisnes.





‘Guau’, me tenía controlado… ¡Bah!, es una broma.





—[Ángel:] Sí, es cierto. Tu “florecilla” te ha contado la verdad, aunque habría que matizar algunos detalles.


—[Abuelo:] ¿‘Siiiií’?


—[Ángel:] Nada importante, que estoy ‘pre’-jubilado, no jubilado, y que hago fotos a todo lo que se me pone a tiro, no solo a los cisnes.


—[Abuelo:] ¡‘Ahhhhh’! El caso es que te veía yo muy joven para ser un jubilado-jubilado.


—[Ángel:] Tengo 56. Y me dieron ‘la boleta’ hace cinco. Estaba harto de trabajar, metido en aquella cueva, y me vino estupendamente que me largasen.


—[Abuelo:] Vaya, pues me alegro por ti. Yo también estaba harto de mi cueva, pero tuve menos suerte que y no pude largarme hasta los 65 bien cumplidos. Ahora tengo 74 ‘castañas’.


—[Ángel:] Te conservas muy bien.


—[Abuelo:] Hago lo que puedo. Este pimpollo —dijo refiriéndose a la niña, Jazmín— no me deja envejecer.





Sonreí. Qué suerte la suya…





—[Abuelo:] Bueno, te dejo al cuidado de mi ‘tesorete’, ‘Angelete’. Voy en busca de mi amigo Diógenes, a ver si echamos una ‘parrafadita’.


—[Ángel:] OK, aquí estaremos.


—[Abuelo:] Hasta luego. Si te cansa, me la mandas de vuelta. Estaré allí, en los bancos.


—[Ángel:] Genial, Paco. Hasta luego.


—[Abuelo:] Hasta luego, ‘amigo de Jazmín’.





Lo dijo con sorna, pero de corazón.





—[Jazmín:] No hagas caso al abuelo, es un cascarrabias y un charlatán de primera.


—[Ángel:] Niña, no digas eso.


—[Jazmín:] Es verdad, habla más que un papagayo.


—[Ángel:] Ten más respeto a tu abuelo.


—[Jazmín:] Si le tengo respeto, pero es un cascarrabias y un charlatán de primera.





Al parecer, cuando se le metía una idea en la cabeza no había quien se la quitase. Testaruda, testaruda. Y mandona. Eso sí: con mucha gracia.





—[Jazmín:] Venga, saca la cámara de la mochila y vamos a hacer fotos a las ardillas. Que hoy me toca elegir a mí.





Dicho y hecho.


Y me llevó a un jardín cercano donde, según me dijo, éstas solían acudir en busca de las nueces que les echaba la gente.





—[Ángel:] Oye, aquí no hay ni una ardilla.


—[Jazmín:] Que te lo has creído tú, tururú. Ya verás…





Y, echándose mano a uno de los bolsillos del chándal del colegio, se sacó dos nueces enormes.





—[Jazmín:] Son las más grandes que había en la bolsa.





Desde luego que lo eran.





—[Jazmín:] Verás, verás…





Cogiendo una nuez con cada mano, comenzó a chocarlas entre sí, a la vez que emitía un sonido típico, haciendo chocar la lengua contra el paladar. Parecido al golpeteo de de dos tablas. No tardó en aparecer la primera ardilla. Estaba sorprendido, perplejo.





—[Jazmín:] Ahora quédate aquí, sin moverte, no vayas a asustarla.





Y se acercó unos pasos, agachándose después para ofrecerle su regalo comestible a la simpática y nerviosa criatura.



Sin dudarlo mucho, la ardilla se acercó y Jazmín le dio su nuez. El animal estaba aparentemente tranquilo, confiado, y ella aprovechó para acariciarle la larga y rizada cola. Mientras, la ardilla cogiendo la nuez con las patas delanteras igual que si fuesen manos, mordía la cáscara con sus afilados dientes para sacarle la ‘sorpresa’.





—[Jazmín:]¿Ves?





Me dijo según regresó a mi lado.





—[Ángel:]¡Es genial!


—[Jazmín:] Pues ahora prepárate, que lo vas a hacer tú.


—[Ángel:] Pero yo…


—[Jazmín:] Que sí, bobo, tú hazme caso. Ya verás que bien lo haces.





Y sí, lo hice.




No daba crédito a lo que mis ojos veían: yo, dando de comer en mi mano a una tranquilísima ardilla, mientras mi joven amiga le acariciaba la cola y el lomo, y le hablaba con dulzura. ¡Increíble! No podía ser.





—[Jazmín:] ¿Has visto?





Por supuesto que había visto… ¡Y creído!







[Gijón, 13.08.2011]




martes, 9 de agosto de 2011

JUEGO: ¿Dónde está Jazmín?

1. ¡¡¡ JAZMÍN, ME LLAMO JAZMÍN!!!


Un día, estando sentado sobre la valla que rodea el estanque, y mientras hacía fotos a los cisnes que se aseaban las plumas, sentí que de repente alguien trepaba sobre mi espalda. No podía ser una ardilla, pues pesaba diez veces más. Y tampoco un ganso, porque los gansos no tienen ni idea de trepar. Intrigado volví la cabeza, con cuidado para que el trepador o trepadora no se asustase. Nunca se sabe...



Y: ¡ah, sorpresa! Se trataba de una niña rubia, preciosa, de unos seis o siete años de edad, ligera como una pluma… pero más pesada que una ardilla:





—[Niña:] Hola, ¿qué haces?





Me preguntó antes de que yo le dijese nada.





—[Hombre:] Hola. Y tú, ¿quién eres?



—[Niña:] Jo, he preguntado yo ‘prime’.



—[Hombre:] Ah, perdona. Estoy haciendo fotos a los cisnes, ¿ves qué bonitos?



—[Niña:] A mi me gustan más las ardillas.



—[Hombre:]¡Qué bien!, a mí también me gustan mucho.


—[Niña:] Entonces, ¿por qué fotografías a los cisnes?





Mientras hablábamos, la niña había conseguido llegar a la cima de su escalada y la tenía abrazada al cuello con su cara pegada a la mía. Un gesto muy tierno, que a ella le servía para ver mejor la imagen en el visor de la cámara, antes de que hiciese yo la foto.





—[Niña:] Oye, ¿qué hace ese cisne?


—[Hombre:] Se está acicalando.



—[Niña:] ¿Y eso qué es?



—[Hombre:] “Acicalarse” es arreglarse, asearse. ¿No ves cómo se limpia las plumas con el pico?



—[Niña:] Pues a mí no me gusta lavarme la cara. Y menos aún por la mañana, cuando me levanto de la cama. Jo, qué rollo…



—[Hombre:] Pues debería gustarte, porque así te despabilas mejor y el agua te deja la piel muy fresquita.



—[Niña:] No te entiendo nada, oye. ¿Qué es “despabilas”?



—[Hombre:] “Despabilarse” es despertarse, ponerse en marcha… Más o menos significa eso.



—[Niña:] ¡Qué raro hablas tú!



—[Hombre:] Pues lo siento. Por cierto, aún no me has dicho como te llamas.



—[Niña:] Mi mamá dice que primero se presentan los caballeros y después las damas. ¡Ah, te toca ‘prime’!



—[Hombre:] Oh, ‘peggdon, peggdon usted madmuasel’.



—[Niña:] Qué bobo…





Dijo al tiempo que se sonreía y me empujaba la cara hacia un lado.



Sus palabras, en boca de otra niña, diferente, hubiesen sonado cursis, repelentes. Pero ella, mi trepadora personal, las pronunciaba con tanta gracia que resultaban simpáticas, divertidas.





—[Hombre:] Me llamo Ángel.



—[Niña:] Y ¿a qué te dedicas tú?





Era como una pequeña detective. ¡Qué ‘curiosona’!...





—[Ángel:] Estoy jubilado y me dedico a hacer fotos, ¿qué te parece? Por cierto: ¿sabes qué es jubilado?



—[Niña:] Eso sí lo sé, porque mi abuelo Francisco, que se llama “Paco”, también está como tú. Solo que él no hace fotos.



—[Ángel:] Y ¿qué hace?



—[Niña:] Nada. Bueno, me trae a mí al parque, cuando salgo del ‘cole’, para que así ‘no se oxide’. Eso es lo que dice mi abuela. ¿Tú sabes que es ‘oxidarse’? Si quieres te lo explico…





Y me lo explicó.





—[Ángel:] ¡Qué bien! Y ¿dónde está ahora tu abuelo?


—[Niña:]¿Ves aquel señor que está sentado con un amigo suyo que se llama Diógenes, y que es un vagabundo muy pobre?



—[Ángel:] Bueno, sí, veo allí a dos señores, pero…



—[Niña:] Pues el que no es un pobre vagabundo, ése es mi abuelo Paco, que también se llama ‘jubilado’, igual que tú.





Pero ella seguía sin decirme su nombre.





—No veas cómo me gustaría saber cómo te llamas, rubita. ¿Tú crees que podrás decírmelo algún día?



—[Niña:] ¡Mira, mira, Ángel, lo que hace ese cisne! ¡Deprisa, hazle una foto!


—[Ángel:] A sus órdenes.





Acababa de conocerla y ya me mandaba más que si fuese un general. Pero con más gracia.



El cisne en cuestión, el que la niña quería que fotografiase, estaba haciendo un movimiento de torsión con el cuello que parecía que iba a rompérsele en mil pedazos. La imagen que ofrecía resultaba en efecto curiosa, simpática. Y tomé la foto.





—[Ángel:] ¿Te gusta así?





Pregunté al tiempo que le mostraba la estampa inmóvil en la pantalla digital.





—[Niña:] Me gusta, sí, me gusta. Mira, ahora puedes fotografiar a aquel otro.





Todo ello lo decía sin soltarse de mi cuello, y sin apartar su rostro del mío.





—[Ángel:] Vale, OK.





Le respondí.



E hice cuantas fotos me pidió. Después me daba la conformidad para que las guardase en la memoria, pero sólo si a ella le gustaban. En caso contrario me mandaba borrarlas.



De repente, igual que había llegado, se fue.





—[Niña:] Bueno, adiós, me voy que me llama mi abuelo.



—[Ángel:] Adiós, adiós...





Y echó a correr lejos de allí, dejándome más solo que antes de subírseme al cuello.



Inesperadamente, a mitad de camino, se paró formando una pequeña polvareda alrededor de sus pies. Se dio la vuelta hacia mí, y poniéndose ambas manos, abiertas por las palmas alrededor de la boca, gritó:





—[Niña:] ¡¡¡JAZMÍN, me llamo JAZMÍN!!! ¡¡¡Hasta mañana, Ángel!!!





Pues… Si ella lo decía, allí estaríamos mañana.







[Gijón, 09.08.2011]