ADVERTENCIA


SE RECOMIENDA LEER LAS HISTORIAS POR EL ORDEN INDICADO (NÚMERO-TÍTULO).

lunes, 22 de agosto de 2011

2. JAZMÍN Y LAS ARDILLAS



Tuve que hacer un cambio de planes para poder ir la mañana siguiente al parque, a encontrarme con la pequeña Jazmín. Nada importante... los planes de un prejubilado.


Camino del estanque donde nos conocimos el día anterior, iba pensando que era mi cita más ‘joven’: con tan solo una niña. Y, sin embargo, quizá fuese la más añorada. Lo cierto es que ninguna de las que había tenido en los últimos años, con personas adultas, había merecido realmente la pena. Todo resultó muy superficial, e incluso hubo algún que otro plantón.



El caso es que ésta de hoy, la cita con Jazmín, no lo era en toda regla. Un simple “hasta mañana” no implicaba ningún compromiso por su parte, entre otras cosas porque era una niña y porque dependía de sus mayores. Y por la mía, por mi parte… La verdad es que me hacía una ilusión enorme volver a verla. Era una criatura encantadora, espontánea, limpia.





***




Faltando unos minutos para las dos de la tarde, más o menos la hora en que nos encontramos el día antes, la vi aparecer al fondo de la alameda que comunica la entrada principal del parque con el estanque. Iba acompañada del abuelo.


Tan pronto como ella miró en esa dirección, levanté los brazos y los agité en el aire para que me viese. Acto seguido ella hizo lo mismo y echó a correr con renovadas energías.


A punto de llegar a mi altura, aún no había reducido lo más mínimo la velocidad. Pronto se produciría el encuentro, o quizá el encontronazo, y yo no sabía qué hacer. Pero llegado el momento ella me dio la respuesta, ya que sin mediar palabra, ni pensárselo dos veces, me saltó encima como si nos conociésemos de toda la vida.





—[Jazmín:] ¡Hola, Ángel!



—[Ángel:] ¡Hola, Jazmín! Veo que no has olvidado mi nombre.



—[Jazmín:] Pues claro, ¿qué te creías?


—[Ángel:] Me alegra mucho verte otra vez.


—[Jazmín:] Pues yo creí que tú no ibas a venir hoy.


—[Ángel:] ¿No me dijiste ayer “hasta mañana”? Pues aquí me tienes.


—[Jazmín:] ¿Y la cámara de fotos, no te la has traído?


—[Ángel:] Sí, sí… claro, aquí la tengo.





Estaba mostrándole el interior de mi mochila cuando, en ese preciso instante, llegó el abuelo.





—[Ángel:] Buenas tardes, don Francisco.


—[Abuelo:] Hola, amigo. “Paco” a secas, si te parece. Y me tuteas, por favor. Si no te parece bien me da igual, porque yo sí que voy a tutearte a ti.





Tenía el mismo genio descarado y simpático que la nieta. Al revés, mejor dicho.





—[Abuelo:] Me ha dicho mi “florecilla” que te llamas Ángel, que eres jubilado y que te dedicas a hacer fotos a los cisnes.





‘Guau’, me tenía controlado… ¡Bah!, es una broma.





—[Ángel:] Sí, es cierto. Tu “florecilla” te ha contado la verdad, aunque habría que matizar algunos detalles.


—[Abuelo:] ¿‘Siiiií’?


—[Ángel:] Nada importante, que estoy ‘pre’-jubilado, no jubilado, y que hago fotos a todo lo que se me pone a tiro, no solo a los cisnes.


—[Abuelo:] ¡‘Ahhhhh’! El caso es que te veía yo muy joven para ser un jubilado-jubilado.


—[Ángel:] Tengo 56. Y me dieron ‘la boleta’ hace cinco. Estaba harto de trabajar, metido en aquella cueva, y me vino estupendamente que me largasen.


—[Abuelo:] Vaya, pues me alegro por ti. Yo también estaba harto de mi cueva, pero tuve menos suerte que y no pude largarme hasta los 65 bien cumplidos. Ahora tengo 74 ‘castañas’.


—[Ángel:] Te conservas muy bien.


—[Abuelo:] Hago lo que puedo. Este pimpollo —dijo refiriéndose a la niña, Jazmín— no me deja envejecer.





Sonreí. Qué suerte la suya…





—[Abuelo:] Bueno, te dejo al cuidado de mi ‘tesorete’, ‘Angelete’. Voy en busca de mi amigo Diógenes, a ver si echamos una ‘parrafadita’.


—[Ángel:] OK, aquí estaremos.


—[Abuelo:] Hasta luego. Si te cansa, me la mandas de vuelta. Estaré allí, en los bancos.


—[Ángel:] Genial, Paco. Hasta luego.


—[Abuelo:] Hasta luego, ‘amigo de Jazmín’.





Lo dijo con sorna, pero de corazón.





—[Jazmín:] No hagas caso al abuelo, es un cascarrabias y un charlatán de primera.


—[Ángel:] Niña, no digas eso.


—[Jazmín:] Es verdad, habla más que un papagayo.


—[Ángel:] Ten más respeto a tu abuelo.


—[Jazmín:] Si le tengo respeto, pero es un cascarrabias y un charlatán de primera.





Al parecer, cuando se le metía una idea en la cabeza no había quien se la quitase. Testaruda, testaruda. Y mandona. Eso sí: con mucha gracia.





—[Jazmín:] Venga, saca la cámara de la mochila y vamos a hacer fotos a las ardillas. Que hoy me toca elegir a mí.





Dicho y hecho.


Y me llevó a un jardín cercano donde, según me dijo, éstas solían acudir en busca de las nueces que les echaba la gente.





—[Ángel:] Oye, aquí no hay ni una ardilla.


—[Jazmín:] Que te lo has creído tú, tururú. Ya verás…





Y, echándose mano a uno de los bolsillos del chándal del colegio, se sacó dos nueces enormes.





—[Jazmín:] Son las más grandes que había en la bolsa.





Desde luego que lo eran.





—[Jazmín:] Verás, verás…





Cogiendo una nuez con cada mano, comenzó a chocarlas entre sí, a la vez que emitía un sonido típico, haciendo chocar la lengua contra el paladar. Parecido al golpeteo de de dos tablas. No tardó en aparecer la primera ardilla. Estaba sorprendido, perplejo.





—[Jazmín:] Ahora quédate aquí, sin moverte, no vayas a asustarla.





Y se acercó unos pasos, agachándose después para ofrecerle su regalo comestible a la simpática y nerviosa criatura.



Sin dudarlo mucho, la ardilla se acercó y Jazmín le dio su nuez. El animal estaba aparentemente tranquilo, confiado, y ella aprovechó para acariciarle la larga y rizada cola. Mientras, la ardilla cogiendo la nuez con las patas delanteras igual que si fuesen manos, mordía la cáscara con sus afilados dientes para sacarle la ‘sorpresa’.





—[Jazmín:]¿Ves?





Me dijo según regresó a mi lado.





—[Ángel:]¡Es genial!


—[Jazmín:] Pues ahora prepárate, que lo vas a hacer tú.


—[Ángel:] Pero yo…


—[Jazmín:] Que sí, bobo, tú hazme caso. Ya verás que bien lo haces.





Y sí, lo hice.




No daba crédito a lo que mis ojos veían: yo, dando de comer en mi mano a una tranquilísima ardilla, mientras mi joven amiga le acariciaba la cola y el lomo, y le hablaba con dulzura. ¡Increíble! No podía ser.





—[Jazmín:] ¿Has visto?





Por supuesto que había visto… ¡Y creído!







[Gijón, 13.08.2011]




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