ADVERTENCIA


SE RECOMIENDA LEER LAS HISTORIAS POR EL ORDEN INDICADO (NÚMERO-TÍTULO).

martes, 9 de agosto de 2011

1. ¡¡¡ JAZMÍN, ME LLAMO JAZMÍN!!!


Un día, estando sentado sobre la valla que rodea el estanque, y mientras hacía fotos a los cisnes que se aseaban las plumas, sentí que de repente alguien trepaba sobre mi espalda. No podía ser una ardilla, pues pesaba diez veces más. Y tampoco un ganso, porque los gansos no tienen ni idea de trepar. Intrigado volví la cabeza, con cuidado para que el trepador o trepadora no se asustase. Nunca se sabe...



Y: ¡ah, sorpresa! Se trataba de una niña rubia, preciosa, de unos seis o siete años de edad, ligera como una pluma… pero más pesada que una ardilla:





—[Niña:] Hola, ¿qué haces?





Me preguntó antes de que yo le dijese nada.





—[Hombre:] Hola. Y tú, ¿quién eres?



—[Niña:] Jo, he preguntado yo ‘prime’.



—[Hombre:] Ah, perdona. Estoy haciendo fotos a los cisnes, ¿ves qué bonitos?



—[Niña:] A mi me gustan más las ardillas.



—[Hombre:]¡Qué bien!, a mí también me gustan mucho.


—[Niña:] Entonces, ¿por qué fotografías a los cisnes?





Mientras hablábamos, la niña había conseguido llegar a la cima de su escalada y la tenía abrazada al cuello con su cara pegada a la mía. Un gesto muy tierno, que a ella le servía para ver mejor la imagen en el visor de la cámara, antes de que hiciese yo la foto.





—[Niña:] Oye, ¿qué hace ese cisne?


—[Hombre:] Se está acicalando.



—[Niña:] ¿Y eso qué es?



—[Hombre:] “Acicalarse” es arreglarse, asearse. ¿No ves cómo se limpia las plumas con el pico?



—[Niña:] Pues a mí no me gusta lavarme la cara. Y menos aún por la mañana, cuando me levanto de la cama. Jo, qué rollo…



—[Hombre:] Pues debería gustarte, porque así te despabilas mejor y el agua te deja la piel muy fresquita.



—[Niña:] No te entiendo nada, oye. ¿Qué es “despabilas”?



—[Hombre:] “Despabilarse” es despertarse, ponerse en marcha… Más o menos significa eso.



—[Niña:] ¡Qué raro hablas tú!



—[Hombre:] Pues lo siento. Por cierto, aún no me has dicho como te llamas.



—[Niña:] Mi mamá dice que primero se presentan los caballeros y después las damas. ¡Ah, te toca ‘prime’!



—[Hombre:] Oh, ‘peggdon, peggdon usted madmuasel’.



—[Niña:] Qué bobo…





Dijo al tiempo que se sonreía y me empujaba la cara hacia un lado.



Sus palabras, en boca de otra niña, diferente, hubiesen sonado cursis, repelentes. Pero ella, mi trepadora personal, las pronunciaba con tanta gracia que resultaban simpáticas, divertidas.





—[Hombre:] Me llamo Ángel.



—[Niña:] Y ¿a qué te dedicas tú?





Era como una pequeña detective. ¡Qué ‘curiosona’!...





—[Ángel:] Estoy jubilado y me dedico a hacer fotos, ¿qué te parece? Por cierto: ¿sabes qué es jubilado?



—[Niña:] Eso sí lo sé, porque mi abuelo Francisco, que se llama “Paco”, también está como tú. Solo que él no hace fotos.



—[Ángel:] Y ¿qué hace?



—[Niña:] Nada. Bueno, me trae a mí al parque, cuando salgo del ‘cole’, para que así ‘no se oxide’. Eso es lo que dice mi abuela. ¿Tú sabes que es ‘oxidarse’? Si quieres te lo explico…





Y me lo explicó.





—[Ángel:] ¡Qué bien! Y ¿dónde está ahora tu abuelo?


—[Niña:]¿Ves aquel señor que está sentado con un amigo suyo que se llama Diógenes, y que es un vagabundo muy pobre?



—[Ángel:] Bueno, sí, veo allí a dos señores, pero…



—[Niña:] Pues el que no es un pobre vagabundo, ése es mi abuelo Paco, que también se llama ‘jubilado’, igual que tú.





Pero ella seguía sin decirme su nombre.





—No veas cómo me gustaría saber cómo te llamas, rubita. ¿Tú crees que podrás decírmelo algún día?



—[Niña:] ¡Mira, mira, Ángel, lo que hace ese cisne! ¡Deprisa, hazle una foto!


—[Ángel:] A sus órdenes.





Acababa de conocerla y ya me mandaba más que si fuese un general. Pero con más gracia.



El cisne en cuestión, el que la niña quería que fotografiase, estaba haciendo un movimiento de torsión con el cuello que parecía que iba a rompérsele en mil pedazos. La imagen que ofrecía resultaba en efecto curiosa, simpática. Y tomé la foto.





—[Ángel:] ¿Te gusta así?





Pregunté al tiempo que le mostraba la estampa inmóvil en la pantalla digital.





—[Niña:] Me gusta, sí, me gusta. Mira, ahora puedes fotografiar a aquel otro.





Todo ello lo decía sin soltarse de mi cuello, y sin apartar su rostro del mío.





—[Ángel:] Vale, OK.





Le respondí.



E hice cuantas fotos me pidió. Después me daba la conformidad para que las guardase en la memoria, pero sólo si a ella le gustaban. En caso contrario me mandaba borrarlas.



De repente, igual que había llegado, se fue.





—[Niña:] Bueno, adiós, me voy que me llama mi abuelo.



—[Ángel:] Adiós, adiós...





Y echó a correr lejos de allí, dejándome más solo que antes de subírseme al cuello.



Inesperadamente, a mitad de camino, se paró formando una pequeña polvareda alrededor de sus pies. Se dio la vuelta hacia mí, y poniéndose ambas manos, abiertas por las palmas alrededor de la boca, gritó:





—[Niña:] ¡¡¡JAZMÍN, me llamo JAZMÍN!!! ¡¡¡Hasta mañana, Ángel!!!





Pues… Si ella lo decía, allí estaríamos mañana.







[Gijón, 09.08.2011]




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